Para mostraros este reportaje de Fotografías del Fondo fotográfico de Francisco Tornay de Cozar del Archivo Histórico Municipal de La Línea, he querido acompañarlo con el Artículo escrito también por Francisco Tornay "Una Cultura Hortelana Linense" publicado en la Revista Almoraima núm. 6.
Espero que os guste:
Desde los más remotos tiempos,
cuando Gibraltar aún era una ciudad española, y su término municipal lo
constituía lo que hoy es el Campo de Gibraltar incluyendo por supuesto los
arenales donde se asienta nuestra ciudad de La Línea- ya se cultivaban viñas,
hortalizas y frutales. Escribe el historiador Ayala que " ... todo este
terreno estaba poblado de viñas desde casi doscientos años antes que se
perdiera Gibraltar en 1704. Por lo menos estaba plantado desde el Guadarranque
hasta los puertos, al cortijo que al presente se llama de la Torrecilla de
Guadalquitón y Fuente de la Doctora, sin más tierra vacía que las sendas
necesarias para que los cosecheros y trabajadores fuesen a las haciendas".
Esto viene a demostrar que la
agricultura siempre fue la principal riqueza de esta zona, cultivos que habían
quedado abandonados como consecuencia de los asedios puestos a Gibraltar
durante el siglo XVIII. En un plano militar de 1779-1782, se puede observar la
existencia, en los terrenos del istmo cercano al Peñón, de unas parcelas con el
nombre de "Huertas de Genoveses", las cuales quedaron arrasadas como
consecuencia de los bombarderos de la artillería, tanto inglesa como española,
de aquellos años.
Sin embargo, en esta parte de acá
del istmo, sólo a partir de 1810, cuando son demolidas las murallas de las
fortificaciones españolas de La Línea de Gibraltar, durante nuestra Guerra de
Independencia. España e Inglaterra eran aliadas en la lucha contra Napoleón, y
como consecuencia de la buena armonía que reina entonces entre ingleses y
españoles, se abren las comunicaciones por tierra con Gibraltar y ello da paso
a que familias de genoveses procedentes de aquella plaza, y otras de San Roque,
se afinquen en el arenal, tras las ruinas de aquellas fortificaciones. Allí establecen
huertas y viñas donde durante muchos años sólo habían crecido cañaverales,
juncos, pitas y chumberas, entre las numerosas dunas que durante miles de años
los vientos dominantes habían configurado la topografía del istmo.
No debemos olvidar, pues, que a
los hortelanos debe esta población su fundación como ciudad. En el año 1869 el
barrio de La Línea, dependiente del municipio de San Roque, ya contaba con 150
huertos, 136 casas y 330 vecinos, los cuales elevaron una Moción a la Junta
Provincial de Agricultura, Industria y Comercio solicitando la segregación de
este barrio del Municipio de San Roque.
El 20 de julio de 1870 y tras un
porfiado forcejeo con el ayuntamiento sanroqueño, su antiguo barrio de la
"Línea de Gibraltar" se convertía en villa independiente. Y por un
simple certificado de la Junta Provincial de Agricultura, Industria y Comercio,
mejor dicho de la Diputación Provincial de Cádiz, se le otorgaba como término
municipal el que disfrutaba su pedanía antes de la segregación: media legua de
ancho por dos y media de largo, superficie comprendida entre el Cachón de
Jimena y el Arroyo de Guadalquitón, por la Huerta de Rango, formando ángulo con
la Pedrera y arenales de la Atunara.
Y una de las principales razones
que exponían aquellos linenses en su petición de segregación, era precisamente,
que existían 150 huertos, incluyendo las 38 fanegas de las Hazas de Antonio
Herrera en Sabá (El Sabál), de cuyos variados y ricos productos hortícolas,
después de cubrir las necesidades de esta localidad, quedaba un importante sobrante
que exportaban a la vecina plaza de Gibraltar para el consumo de su guarnición
militar y población civil, el cual dejaba substanciosos beneficios económicos
muy necesarios para La Línea.
Estas exportaciones ya venían
avaladas por una declaración conjunta que en 1815, recién terminada nuestra
Guerra de Independencia, hicieran los gobernadores británico de Gibraltar y
español del Campo de Gibraltar, cuyo texto es el siguiente:
En caso de necesidad, el
comandante de la línea facilitará a las tropas y habitantes que hayan en el
terreno neutral, cuantos auxilios dicte la buena armo nía que reina entre
ingleses y españoles, proclamando que el tráfico de víveres se haga de día, y
que de noche no haya roce ni comunicación alguna, celando este asunto con la
circunspección que se merece".
Por ello, cuando al principio nos
referíamos a una cultura hortelana linense, indudablemente estábamos hablando
de las peculiaridades de la influencia de los hortelanos en las costumbres y
medios de vida del pueblo de La Línea. Y que por el hecho -no de poca
importancia, de haber convertido áridos arenales en auténticos vergeles, ya son
merecedores de nuestro mayor aprecio y consideración. Porque fueron auténticos
héroes, titanes de voluntades de acero y espíritu de sacrificio, que libraron
singular batalla contra la ferocidad de los vientos de Levante -predominantes
la mayor parte del año fijando las arenas por medio de setos o vallados de
pitas, chumberas, cañaverales o empalizadas para defender los sembrados de los
efectos de la erosión que los arruinaba.
Imaginemos que estos cultivos ya
se hacían en el siglo XVIII, tras las fortificaciones de la "línea de Gibraltar",
para suministrar hortalizas y frutas al ejército español que la guarnecía
durante y después de los asedios a Gibraltar.
Por un Acta de la sesión
celebrada por la Corporación Municipal de esta ciudad el 28 de septiembre de
1876 sabemos que los terrenos baldíos existentes en este término desde los
principios de la fundación de La Línea, y que tenían carácter de comunales,
comenzaron a ser concedidos por el Ayuntamiento a los vecinos que así lo
solicitaban, para la plantación de viñas, frutales y hortalizas, obligándose a
los solicitantes al pago de un determinado canon que oportunamente le sería
fijado; se verifican tales plantaciones, a título de ensayo, y ante la buena
perspectiva que estos ofrecían, es tal el aumento de las peticiones de estos terrenos
comunales, que el Ayuntamiento se ve obligado, a suspender estas concesiones e
instar de quien corresponda la autorización para dividir en suertes, el terreno
comunal reconocido por San Roque, como perteneciente a esta Villa, repartirlo
entre todos los vecinos que tengan derecho a ser incluidos en sorteos.
En aquellas fechas algunos
huertos se encontraban dentro del mismo casco urbano, tales como los de Roteño,
Fava, Russi, Garesse, Pajareros, Caracolito y de Pedro Vejer. En un plano del
término municipal de La Línea, levantado por el E.M. del Ejército en 1898 se
perfila el casco urbano con calles sin nombres. En cambio los de los huertos
vienen escritos con toda claridad. Muchos de esos nombres son los de Ramírez,
Mondéjar, Capitán, Norte, Ciriaco, Blanca, Domenech, Patas Largas, Genovesa,
Mesa, Clemente, Vanee, Podesta, Valarino.
Algunos de ellos son viñas, y
otros de flores como los de la Genovesa y Parra, incluyendo también los Jardines
de Saccone, hoy juntamente con la Villa San José (Museo Cruz Hererra),
propiedad del Ayuntamiento. Fundador de estos bellos jardines fue don José
Codali Butti. Otros desaparecieron al ser abandonados por las crisis por las
que atravesó esta Villa, como la epidemia de cólera morbo asiático de agosto de
1885, o porque sus propietarios encontraron empleo u otros medios de vida en la
vecina colonia de Gibraltar.
Los huertos dedicados al cultivo
de flores obtenían el crisantemo, con su mayor venta en la conmemoración de los
Fieles Difuntos para la confección de coronas o ramos, rosas, claveles, nardos,
dalias, jazmines, margaritas y meneitos.
Fieles exponentes de la
floricultura linense son algunos nombres de nuestras calles, como Jardines, Las
Flores, Clavel y de la Rosa.
Un capítulo muy interesante de la
horticultura linense es el referente a los sistemas de regadío, tales como el
de balancín o cigoñal (vulgarmente llamado cigüeñal), adaptado de los
utilizados en la antigüedad en Egipto y Marruecos.
Consistía el cigüeñal en un palo
inclinado sobre una horquilla vertical. En el extremo de la parte superior llevaba
enganchado un palo más fino y abajo del mismo un recipiente de madera o
metálico, a guisa de cubo, que se metía en el pozo y luego era elevado por
medio de un contrapeso en el extremo de abajo. El agua extraída se vertía en un
pequeño estanque junto al pozo, y desde él se distribuía a los sembrados
conducida por canalillos o acequias de ladrillos sobre el suelo que cubrían
toda la superficie del huerto.
Este sistema lo utilizaban sólo
los pequeños huertos, tanto de flores como de hortalizas. Las huertas más
importantes regaban por medio de norias, de las llamadas bordigueras o de
arcaduces; la gran rueda de madera vertical engranada a otra más pequeña
horizontal, era movida por una palanca de la que tiraba una caballería,
usualmente una vieja acémila, con los ojos vendados y al son de campanillas y
cascabeles. El agua sacada por los arcaduces caía en una gran alberca de donde
por medio de acequias muy parecidas a las de las huertas murcianas, los
hortelanos la iban distribuyendo por estas bifurcaciones hasta los cultivos de
hortalizas y frutales.
Esto me recuerda a la famosa y
antigua "Huerta de Fava", cuya noria, tan añosa como la propia huerta,
regaba sus excelentes tierras de cultivo, unas tierras que tiraban a color
negro, tal vez debido a sus muchos años de laboreo con el estiércol de las
caballerías, ya que los abonos químicos apenas se usaban en aquellos tiempos.
La Huerta de Fava, era una de las
más importantes de La Línea, y sus productos de los más selectos. Y digo esto,
por propia experiencia, ya que este servidor de ustedes, se crió frente a la
misma, y en mi niñez, fueron muchas las lechugas, zanahorias y mazorcas de maíz
que degusté en mis correrías con otros compañeros de aventuras en los plantíos
de Don Esteban Fava, su dueño.
Daba gusto ver, mejor dicho
saborear, aquellos exquisitos tomates, lechugas, zanahorias, rábanos, coles,
nabos, berenjenas y acelgas. Blanquísimos y tiernos apios como también los
fresones y sandías, porque de todo producía aquel paraíso verde. Comentario
aparte tienen sus maizales. ¡Aquéllas mazorcas con granos de maíz del tamaño de
garbanzos y dorados como el sol de Andalucía!
Continuando con el regadío de los
huertos linenses, no podíamos dejar fuera el sistema más típico y original de
todos: era el practicado a mano por medio de charcas perennes abiertas a nivel
freático, bordeadas de cañaverales, con entradas y salidas por los lados.
Desde aquellas charcas sacaban el
agua por medio de latas de unos 15 litros cada una, de las que servían para
envasar el petróleo antiguamente. A estas latas cuadradas se les colocaba un
trozo de madera en la misma boca, clavado por fuera con trozos de cuero que le
servían de asas. Con estas latas, una en cada mano, los regadores entraban y
salían de las charcas, corriendo por las veredas de los huertos vertiendo el
agua en los sembrados de hortalizas, sobre unos trozos de esteras o arpilleras
para que al caer el agua no descamaran las raíces de las plantas.
Estampa pintoresca la de los
regadores a mano, braceros empleados temporalmente por los hortelanos, con poco
sueldo y la comida en jornadas de sol a sol. Eran hombres curtidos por el sol y
los vientos de levante. Descalzos con los pantalones arremangados, camisas
raídas, pañuelos de hierba atados al cuello para detener el sudor y tocados con
sombreros de paja para protegerse de los rayos del sol. Con una lata en cada
mano, aquella especie de Ilotas de las huertas, animaban sus duras jornadas de
trabajo canturreando o más bien susurrando coplillas de reminiscencias
moriscas, de cuando estos cultivaban los vergeles de su entrañable Andalucía.
Origen por qué no, del cante jondo, esos lamentos y quejidos que taladran el
alma.
Me contaba mi amigo Guillermo
Fonseca, poeta y escritor linense, en nuestras charlas de tertulias de cafés,
curiosos episodios y anécdotas sobre las huertas y hortelanos, de su vida
cotidiana y costumbres, que han dejado profundas huellas en la vida del pueblo
de La Línea.
Me ponía como ejemplo de esa
cultura hortelana linense la Huerta de Fernández, situada en la zona Norte,
lugar que hoy ocupan "Los Junquillos". Esta huerta la cultivaba su
abuelo Manuel Fernández, heredada de sus antepasados. Don Manuel Fernández era
toda una personalidad entre los hortelanos de La Línea. A finales del pasado
siglo, al perderse nuestras colonias de ultramar en 1898-99, Don Manuel Fernández
regresó de la isla de Cuba, donde había servido durante ocho años y ya con el
grado de sargento. Durante aquellos largos años, el personal que trabajaba en
la huerta, ya casi una familia, no había cobrado ni un solo céntimo por su
trabajo, aunque sí su mantenimiento. Y como premio de ello, el poco dinero que
traía ahorrado de la perla antillana, lo repartió entre aquellos buenos
hombres. Aún no se habían inventado los convenios colectivos y sin embargo en
los huertos de La Línea ya se vivía una especie de cooperativismo colectivismo
agrario de uso casero.
Don Manuel Fernández hablaba el
inglés perfecta mente. Era gran aficionado al teatro, y por lo tanto muy
conocido en el mundillo teatral, tanto en Gibraltar como en La Línea. En
Gibraltar conoció a la actriz italiana Lisa Lluifredo, con la que contrajo
matrimonio y tuvo varios hijos. Por ello podemos decir que era el hortelano de
más cultura de esta localidad, como también el más respetado por sus paisanos
por su experiencia y sabiduría, y por ello requerido por los hortelanos, que le
consideraban como un patriarca, y como hombre bueno mediaba cuando se planteaba
algún conflicto entre ellos. También era invitado por los cultivadores de
sandías para que diera su visto bueno al sandial que ya estaba a punto de
recolectar. Acto que se consideraba como un ritual cucurbitáceo y celebrado con
fiestas, como las de la Vendimia jerezana, pero con bailes y degustaciones de
suculentas tajadas de sandía, de pulpa roja como la sangre y dulce como
terrones de azúcar, cuyo líquido servía como agua de bautismo de las nuevas
proles hortelanas linenses.
También en las huertas de La
Línea se celebraban funciones de teatro de aficionados, como las del Grupo
denominado "El Cañizo" de la Huerta del abuelo de Fonseca. Se
celebraban bailes, durante bautizos o bodas de hortelanos; se organizaban
rondallas de guitarras, laúdes y mandolinas; coros de Navidad y comparsas de
Carnaval. Tenían lugar tertulias, en las que se hablaba de literatura, política
o cuestiones sociales, así como lecturas en el verano bajo la parra o el
cañizo, y durante el invierno al calor del hogar. Si esto no es una cultura,
qué otra cosa puede ser. Incluso nuestra Velada "La Salvaora" fue
hortelana en su juventud y ha terminado marinera a orillas del Mediterráneo, el
mar de la cultura, junto a la mitológica columna de Hércules o Roca de Calpe.
La Línea de la Concepción, en
definitiva, es como una goleta cargada de flores varada entre dos mares.
¡¡¡¡¡ A que teníamos un verdadero Vergel. !!!!!
Luis Javier Traverso Vázquez
"La Línea en Blanco y Negro"
Bibliografía: Una Cultura Hortelana Linense de Francisco Tornay de Cozar publicado en la Revista Almoraima, número 6
Fotografías: Fondo Fotográfico (Diapositivas) de Francisco Tornay en el Archivo Historico Municipal
¡Qué maravilla de vergel! y que pena más grande no tenerlo ya. Buen reportaje.
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ResponderEliminarel zabal que yo he conocido en mi infancia lo recuerdo de otra manera era solamente como un desierto de arena fina yo tenia unos primos que en esos momentos lo pasaban bastante mal y mi madre me enviaba a llevarles de comer y no te digo como quemaba la arena pero lo haciamos con mucho cariño
ResponderEliminarMi zabal es de huertos verdes, albercas y tod@s los vecinos como familia. Una pena que ya no exista. Aqui vivia mi tatarabuela, y seguimos viviendo nosotr@s. Nunca se paso mal, porque nos sobraban las frutas, las verduras, los animales y el buen humor. Ahora no queda nada de lo de antes... no hay apenas huertos y muchas parcelas las han comprado gente rara que ni saluda.
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