Escrito por Francisco Tornay de Cózar en 1979
No vamos a repetir el tópico, a decir que «cualquier tiempo pasado es mejor» puesto que el progreso anda por medio, pero si es saludable y hasta grato el recordarlo, por aquello de su contenido poético y de sabrosa gracia popular. Y en ese aspecto La Linea de la Concepción por su cosmopolitismo fundacional, era de lo más variopinto en sus costumbres y personajes.
Y era precisamente una de las más típicas costumbres, la del pregón callejero, cuyo recuerdo evoca en nuestros corazones dulces añoranzas, sentimientos latentes. El pregón de los vendedores ambulantes, de toda clase y color, que ofrecían sus mercancías, por calles, patios de vecinos y callejones. Eran pregones de gran gracejo popular y no molestaban a nadie.
Hoy en cambio que vivimos inmerso en la sociedad de consumo, con su factor decisivo basado en la propaganda organizada en una escala quintadimensional, como es Radio, Televisión, Cine, Prensa y Megafonía. Los carteles y rótulos murales y los vociferantes automóviles, equipados con altavoces en elevado tono, taladran nuestros oídos empujándonos a consumir determinado producto, aplaudir a un cantante mediocre, o adherirnos a un bando que nos promete la panacea universal. Un torero mediocre que gracias a la bien orquestada publicidad, escala el podium de la fama. Un detergente, una bebida cualquiera, o un producto farmacéutico, un libro que habría pasado sin pena ni gloria, pero que gracias a ese milagro publicitario, conquista el apoyo del público.
Vendedor de Agua en la Avenida España |