jueves, 25 de abril de 2013

Tipos y Costumbres típicas linenses.




Escrito por Francisco Tornay de Cózar en 1979


No vamos a repetir el tópico, a decir que  «cualquier tiempo pasado es mejor» puesto que el progreso anda por medio, pero si es saludable y hasta grato el recordarlo, por aquello de su contenido poético y de sabrosa gracia popular. Y en ese aspecto La Linea de la Concepción por su cosmopolitismo fundacional, era de lo más variopinto en sus costumbres y personajes.

Y era precisamente una de las más típicas costumbres, la del pregón callejero, cuyo recuerdo evoca en nuestros corazones dulces añoranzas, sentimientos latentes. El pregón de los vendedores ambulantes, de toda clase y color, que ofrecían sus mercancías, por calles, patios de vecinos y callejones. Eran pregones de gran gracejo popular y no molestaban a nadie.

Hoy en cambio que vivimos inmerso en la sociedad de consumo, con su factor decisivo basado en la propaganda organizada en una escala quintadimensional, como es Radio,  Televisión, Cine, Prensa y Megafonía. Los carteles y rótulos murales y los vociferantes automóviles, equipados con altavoces en elevado tono, taladran nuestros oídos empujándonos a consumir determinado producto, aplaudir a un cantante mediocre, o adherirnos a un bando que nos promete la panacea universal. Un torero mediocre que gracias a la bien orquestada publicidad, escala el podium de la fama. Un detergente, una bebida cualquiera, o un producto farmacéutico, un libro que habría pasado sin pena ni gloria, pero que gracias a ese milagro publicitario, conquista el apoyo del público.


Vendedor de Agua en la Avenida España



Ayer, cuando la gente apenas sabían leer, cada establecimiento ostentaba colgado a la puerta una muestra de la mercancía que vendía. Las carbonerías un buen trozo de su negro producto las pañerías banderitas nacionales, las barberías se mostraban vacías de reluciente metal, las zapaterías, primeros de botas, las cordelerías serones o canastas, las alpargaterías una gran alpargata en la puerta. Queremos recordar aquí la memoria de un paisano nuestro Investigador y escritor de cosas típicas de la ciudad, Antonio Cruz de los Santos, fallecido hace ya varios años, en un articulo suyo publicado en este mismo diario, donde con gracia e imaginación expresaba el Pregón de Ayer y Hoy:

«Había pregones  metálicos, ruidosos, como el del sartenero golpeando un perol mientras caminaba detrás de un misero borriquillo. El del velonero con su martinete de mano sembrando en el ambiente el tan-tan-tan, que nos penetraba hasta lo más hondo del cráneo. Los alegres cencerrillos del rebaño de cabras lecheras, que servían la leche cremosa y pura de sus ubres a los clientes en sus propios domicilios. El garbanoso talan-talan de las reatas carboneras, incluso las desesperantes campanas instaladas en las puertas de los cines».


Vendedores de carbón


Pero lo que en verdad recordamos con nostalgia son los pregones humanos, como el que solía lanzar con vozarrones de acero el jefe de la familia de los estereros cubriendo lo ancho de la calle ... ¡Estererooooooo de juncoooooo!. Y con paso lento, como si ejecutase un misterioso rito, se alejaba dejando engarzado en el ambiente la ondulada silaba... ¡de Juncoooooo!. ¿Quien no recuerda al viejecito avellanero... ¡Como las casas de Cai, unas vacias y otras vanas!, o el mocetón que lanza su .... ¡El higo chumbo, gordo, dulce y redondo!. A veces nos sorprendía, como el bufido de un gato, un pregón repentino: ¡El lañaoooo! ¡Platos, tinajas, lebrillos!. Era el botijero que cada año aparecía con su descomunal carga. ¡Botijooos, de Lebrijaaaa!. ¡Vendo una comodaaa ..! pregona con voz taladrante una humilde mujer, ¡Mañana se juga!, ¡Al que le toque le toca! grita el vendedor de lotería. ¡Caracoles calentitos!, ¡Caracoles moyunoooos!    ¡Molletes calientes!, ¡El mollete y la molleta!. ¡Asailla al horno!.

¿Quien no recuerda también  el pregón baritonado de Esteban el de la pastelina?. ¡Avante presto...! ¡El magistore di fogo...!, ¡Pastelina!. El vozarrón de Esteban devoraba todos los ruidos de la calle, se imponía como amo y señor. ¿Y la melopea interminable del  «señó» Miguel el verdulero?. Un pregón sin fin infinito, agotador, que dejaba exhausto al oyente sin cansar al pregonero».

Como pueden apreciar nuestros amables lectores, había pregones para todos los gustos. Pero no crean que finaliza con esto, tan amplia gama del pregón. Pues nos queda por mencionar los pregones musicales, como
eran por ejemplo, al popular  «Pianillo» y el de  «El afilador».


EL PIANILLO


Hasta el año 1972 aun podíamos ver por las calles de La Línea a un veterano pianillo, único ejemplar superviviente de aquella flotilla de pianillos que en tiempos pasados existieron en nuestra ciudad.

El popularísimo organillo de manubrio montado en una plataforma con dos ruedas, especie de carro arrastrado por el sufrido borriquito de siempre. Aunque la aparición de los pianillos en La Linea es mucho más antiguo, no es precisamente hasta la década de los años 20,  «llamados alegres», y finales de los 30, que estos hacían furor entre los mozos y mozas, cuando la vida social y diversiones de los linenses tenían su mayor incremento en los típicos patios de vecinos, con sus verbenas de días festivos y bailes populares o familiares que tenían lugar por cualquier motivo o circunstancias. En aquella época, existían en La Linea, cuando menos, una docena de pianillos, perteneciente a las flotillas del «Chato» y «Cabrera», cuya jurisdicción abarcaba a los pueblos vecinos, Gibraltar, San Roque, Los Barrios y la Estación de San Roque.


El Verbenero "pianillo" tirado por un sufrido asno, que no es flautista, precisamente, en la vecina ciudad de Gibraltar, en la decada de los años 30

El «pianillo» u «organillo» reproductores de música, puesto que para tocarlos no interviene para nada la interpretación artística personal, solo con hacer girar el manubrio, como en los antiguos gramófonos que se les daba cuerda para que girara el disco. Pero el pianillo utilizaba unos cilindros de madera erizado de púas, las cuales actuaban sobre los martillos que golpeaban las cuerdas. Por ello la música despectivamente calificada en el léxico musical corriente de poco fuste, o sea como «música de organillo».

Al parecer el organillo de manubrio tiene su origen en los comienzos del Siglo XVIII y se empleó durante algún tiempo para ejecutar música religiosa en algunas iglesias de Europa. Pero en España era un aparato musical típico que se usó en las fiestas populares, particularmente en las famosas verbenas madrileñas. Siendo su época más gloriosa entre finales del siglo pasado y principios del presente. En este sentido fue el organillo el gran protagonista de mucha sal y pimienta en las citadas verbenas, que tenían lugar en los castizos barrios de la «Bombi». Fue el actor principal en las fiestas de San  Isidro, donde «chulos» y «chulapas» montaban sus habilidades como bailarines y chispeantes requiebros, estampas típicas de la villa del Oso y el Madroño. También fue el organillo figura rotulante de nuestra zarzuela, donde los hermanos Quintero, inmortalizaron en muchas de sus célebres obras de teatro. Tampoco tuvo prejuicios el maestro Tomás Bretón, al incluir en su famosa zarzuela «La Verbena de la Paloma» música del organillo.



Los pianillos que tocaban en La Linea se fabricaban en la casa «Luis Casali» de Barcelona, existiendo varios modelos, diferenciándose sus precios según el número de martillos. Por ejemplo: El de 45 martillos costaba mil pesetas, el de 50 martillos 1.100 pesetas y el de 60 martillos y cinco campanillas 1.700 pesetas. Así mismo los de tipo «laúd» costaba tres mil pesetas, igualmente el de «Jazband»


DOCE PIANILLOS

Según nos contó en cierta ocasión un anciano del lugar, concretamente el señor Manuel Pérez Cabrera, que dedicó 50 años a los pianillos, en La Linea existieron de 12 a 14 pianillos, el Montseni, más conocido por el «Chato», tenia cuatro de ellos, y los encerraba en un barracón que había en el «Huerto de Pedro Vejer», por la parte de la calle Ángel  junto al «Salón Victoria», un teatro de madera y lona propiedad de don Ruperto Toledano. El señor «Félix», también tenia pianillos, y él mismo poseía seis de tales instrumentos, con cochera en el «Patio Arañón» en la Banqueta, y luego mas tarde en el «Patío Vichino» por Siete Revueltas.




Fueron los organilleros mas populares: «Terrenos», «Punta», «Tejita», «El Rubio», «El Vizco», «Pernales», «Matagato» y «Vilerio», estos dos últimos fueron los mas famosos, porque además de tocar los pianillos, se dedicaban los mozos en todas las corridas que se celebraban en nuestro coso taurino. Como gran afinador destacaba don Ambrosio Valero, al que todo el mundo respetaba y admiraba por sus extraordinarios dotes de afinador y buenísima persona.


«LA SANTA CRUZ DE MAYO»

Anteriormente hemos dicho que la época más gloriosa del popular pianillo en La Linea, fue en los años 20, del «Charleston», «Chotis», «Mazurcas», «Valces», «Jabas» y los «Tangos de Carlos Gardel». En las noches calidas y floridas del mes de mayo, los patios de vecinos hervían de animación juvenil, con motivo de la «Santa Cruz de Mayo». En una habitación o en cualquier rincón del patio, se montaba en altar, adornado de estampas e imágenes religiosas, ornamentadas con muchas flores y palmeras. Las mocitas y mocitos del patio y de la calle, organizaban bailes, presididos por la «Santa Cruz», todo el mes de mayo duraban los bailes, alquilando para ello un pianillo por cuatro ó cinco pesetas por baile, que duraban hasta bien entrada ta noche. De la misma forma los pianillos acompañaban a las romerías que los linenses realizaban a la «Almoraima» o «Fuente de los Tajos», que también tenia lugar en el mes de mayo.




Entonces las gentes se divertían simplemente, pasando un esplendido día de campo, comiendo y bebiendo opíparamente entre familia, organizando luego bailes, juegos de todas clases. deportes, etc.

Durante las fiestas del Carnaval, los pianillos y las comparsas recorrían las calles de la ciudad animando con su musiquilla alegre y populachera los bailes de máscaras, las «comparsas» y «murgas» con sus chirigotas formaban corrillos en bares y en plena calzada, cruzando sus banderas y estandartes, con el intercambio de coplas satíricas y chirigotas.

En aquellos casi inocentes años los pianillos eran la voz cantarina y alegre de lo popular. Bastaba que llegase un piamllo a la puerta de un patio de vecinos, y enseguida acudían los jóvenes e incluso personas de más edad, que ni cortos ni perezosos se ponían a bailar. También se cuentan muchas anécdotas sobre los pianillos callejeros, como esta de la que fue protagonista el señor Cabrera:

«Un año en víspera de Carnaval, me encontraba tocando mi pianillo en la puerta del «Café el Dique» (luego «El Andaluz») en la calle del Clavel, cuando se me acercó un señor ingles muy bien portado y comenzó a hablarme en su idioma, y como yo no lo entendía, seguía tocando como si tal cosa. Entonces el ingles me señaló que parara de tocar, llevándome al interior del Café, allí había un individuo que sabia hablar con el «mister» y cual no fue mi sorpresa cuando me dijo que lo que quería el inglés, era alquilar dos pianillos para tocar en una fiesta que iban a celebrar en «Rock Hotel» de Gibraltar. El inglés no paraba de repetir: «Y want to rent two litle pianos (pianillos) for verbena in the Rock Hotel in Gibraltar.»

Pero el señor Cabrera, sintiéndolo mucho no pudo servir la petición inglesa, dos piamllos a la vecina ciudad de Gibraltar y perdió un negocio que se presentaba fructífero.

Pero imaginémonos, dos típicos pianillos españoles tocando, en los lujosos salones del Rock Hotel de Gibraltar. 

Prácticamente el ocaso de los pianillos de La Linea, comenzó por el año 1936 por ello la aparición en el año 1972, ya en plena era del radio casset y del tocadiscos estereofónico, fue algo extraordinario así como si una apolillada pieza de museo, se sacara a la luz del día, para exhibición de los turistas.


EL AFILADOR

La figura del afilador ambulante no fue solamente popular en La Linea, sino que lo fue también en toda España y Europa. Esta figura gremial del afilador, mereció que el genial Goya lo inmortalizara con sus pinceles en un cuadro, que precisamente se titula: «El Afilador», obra de arte que se conserva en el Museo de Budapest en Hungría.


Antonio Navarro en calle Isabel la Católica Vendedor de Dátiles
 Andres Navarro e hijo Antonio Navarro Ortega en su puesto en la calle Las flores junto a la Barbería y a lado donde vivía Modesto.


En los pregones callejeros ya mencionados, nos faltaba ESTE DE «El Afilador», un pregón musical que resultaba muy agradable al oído, ya que utilizaba para ello las notas de una pequeña flauta  multitubular llamada «Flauta de Pan». Al parecer este instrumento lo han utilizado los afiliadores en España desde tiempos muy remotos. Uno de los afiladores más antiguos y que conocimos en nuestra niñez. era Gregorio Portilla, que había heredado el oficio de su padre que era gallego. Acostumbraba a colocar su carrillo en el cruce de las calles Isabel la Católica y de Las Flores, cerca del Mercado de Abastos. Hoy en día existen en La Linea, creemos que un par de afiladores, uno establecido fijo en la calle Alvarez Quintero, y otro ambulante, pero ya completamente motorizados, uno de ellos por lo menos utiliza una moto como taller y por cierto un hincha de la Balona, que se hizo famoso no hace tiempo. No dudamos que el motorismo tiene mucho de progresistas. Pero en cambio por otra parte, ha matado el encanto y el tipismo a aquellos afiladores que antaño recorrían nuestras calles empujando el carrillo-taller de madera y de una sola rueda, que ademas de servir de locomoción, movía la piedra de afilar por medio de un pedal y una correa acoplada a la misma.




¡Que bien sonaba la flauta del afilador!, que finalizaba también con su pregón de palabras:

¡El afilaó, se afilan cuchillos y tijeras....!


EL BARQUILLERO; FIGURA SABOR POPULAR

Hemos dicho antes que la sociedad de consumo nos tiene tan cogidos entre sus garras, que hasta el encanto personal de los vendedores ambulantes, casi se ha extinguido de nuestra vida cotidiana, se ha perdido el calor humano y la poesía de la vida, que tan importante es para nuestra satisfacción espiritual. Mejor no «meneallo», como diría Cervantes. Hace ya para cinco años que dedicamos un articulo, y precisamente para un número extraordinario de Navidad como  este en «AREA», sobre el ultimo barquillero existente en La Linea, don Diego Campoy, hoy ya desaparecido  Pues bien, como esa clase de pasta que es el barquillo de canela, tiene que ver  mucho con la celebración de la Navidad, vamos a recordar la historia de sus fabricantes y vendedores del mismo. Ya en la Edad Media se conocía la delicada pasta de harina, agua, azúcar y canela. Pues era costumbre en España, la de comer barquillos en las festividades religiosas más principales como la Navidad, figurando a veces en los banquetes con que se solemnizaban ciertos hechos.





Las pasta del barquillo está compuesta a base de harina sin levadura, con azúcar o miel, canela o limón y teñidas de uno o mas colorantes. Existen varias formas de barquillos; enrollados en forma de canutos, triangulares y plegados en dos hojas y formando otras figuras. La pasta se hecha en un molde de hierro donde se cuecen al calor del fogón.  El clásico recipiente utilizado por el barquillero para el transporte y venta del barquillo, es un bombo de forma cilíndrica llamado «barquillera», y en su tapadera lleva instalada una pequeña ruleta, con una ballena que va tropezando en los clavos que marca un numero al terminar el impulso que le da el barquillero o el comprador.

La suma total de los números que haya señalado el comprador marca los barquillos que le corresponde.

La figura del barquillero es sumamente curiosa y popularísima en toda España, muy particularmente en el castizo Madrid, donde lo mismo que los vendedores de castañas asadas, de agua, azucarillo y aguardiente, como el organillero verbenero, han merecido ser llevados al sainete y la zarzuela. El famosísimo maestro Ruperto Chapi, inmortalizó al popular barquillero, en una obra que precisamente se llama. «EL BARQUILLERO».

Desde luego en La Linea los barquilleros no fueron tan castizos, como en Madrid, pero también tenían mucha gracias pregonando la mercancía. Y algunos tan originales que hasta cambiaron por otro el tradicional
nombre, llamando al barquillo, «parís».

Recuerdo que en tos tiempos de mi infancia, en La Linea había un vendedor de barquillos, que en vez de usar el bombo cilíndrico  llevaba una caja rectangular de latón con cuatro patas y una asa para colgarla del brazo. Y su pregón si no recuerdo mal. consistía en un escueto y repetido: ¡El chu de parís!. ¡El chu de paris!....

Para finalizar, queremos transcribir del libro «La Linea de Mis recuerdos» de mi muy estimado amigo, Enrique Sánchez Cabeza Earle, las siguientes palabras, sobre los barquilleros de La Linea de principio de los años veinte:

«Dedicado a la elaboración del barquillo, existió en el Paseo de la Velada, próximo a su entrada por la calle Clavel. un pequeño obrador, donde su par de modestos y animosos artesanos, elaboraban las distintas especialidades de aquel crujiente y sabroso articulo que los «barquilleros» ambulantes, con el aliciente de la ruleta o rueda de la fortuna, que servia de tapa al depósito cilíndrico en que transportaban su mercancía, atraía el interés de la infantil clientela».


¡EL TIO PILLO QUE ENGAÑA A LOS CHIQUILLOS!

Otro de los duendecillos de la venta callejera de borrachuelos y pestiños de la clientela infantil de La Linea de épocas pasadas, era el célebre «Tío Pillo». Este personaje que pese a su calificativo de picaro, sin crianza ni buenos modales, con fama de astuto, era un simpático y simplonete vejete, el cual era más veces burlado por los precisamente picaros chavales de aquellos tiempos, que él pudiera estafar o engañar a ellos.

Otra buena cara de la moneda, que poseía el «Tio Pillo», aunque su mala fama estribara en que usaba una moneda, para jugarse cara o cruz un modestísimo «pestiño», era la limpieza que observaba en el manejo y presentación de su mercancía. El «Tío Pillo» portaba un canasto de mimbre con un asa en el centro para llevarlo en el brazo, escrupulosamente limpio como los chorros del agua, cubierto con un paño de tela blanca como la leche, para cubrir los pestiños, del polvo y las moscas.

El negocio de este popularísimo vendedor ambulante, como pueden ver era de lo más modesto, y su ganancia dependía más que de la venta normal, de su habilidad y buena suerte. Se había ideado una especie de «cara o cruz», cuyo resultado siempre era favorable al cliente. Ya que el juego consistía en adivinar el año de la emisión de la moneda (una perra gorda) que le entregaba el muchacho. Si la suerte le acompañaba, la moneda era para el «Tío Pillo» pero si este no acertaba, el jugador cogía a su gusto, un pestiño del canasto, y recuperaba su moneda.

Pero como dice el refrán, «cria fama y échate a dormir». La fama del «Tio Pillo» llegó a formar parte del cuplé satírico linense, como aquella letra que se cantaba en la Velada del año 1933.

«Viva cosas de este pueblo
no se podrán olvidar...
Los carritos de Estripot,
el Peñón de Gibraltar.
Los mojinos de aguardiente
los bigotes del Tio Pillo,
los molletitos calientes
y la marca «Barbadillo»


EL TIO DE «LAS CALENTITAS

Por el año 1968 ya había desaparecido de las calles de La Linea el vendedor callejero de «las calentitas», en cambio en la vecina ciudad de Gibraltar, aun se seguía vendiendo estas grandes tortas gachosas a base de harina de garbanzo, aceite de oliva y sal, cocida al horno, que se confeccionaba en una bandeja circular de hierro de unos 80 centímetros de diámetro y siete de grueso, cubierta con una tapadera de bisagra en el centro para poderse abrir con facilidad por los bordes. Las calentitas se vendían sobre esta misma bandeja, donde se troceaba con una cuchilla de filo semicircular. En Gibraltar, el vendedor de las «calentitas», casi siempre lo encontrábamos con su rica mercancía, en el popularísimo «Petit Bar» en la calle Real. En La Linea estos vendedores acostumbraban a recorrer nuestras calles, portando la bandeja sobre la cabeza que protegía para evitar el calor mantenido por la bandeja, sobre el hombro llevaba colgado un caballete plegable sobre el que descansaba la bandeja, cuando había de despachar a algún cliente, completando el atuendo con un delantal blanco, la cuchilla en la otra mano y un recipiente con pimienta para espolvorear, el trozo de torta que había comprado.

No era de extrañar, que el tal vendedor de «las calentitas», llamara la atención de las gentes, y muy especialmente de la chiquillería, y máxime cuando su pregón de ¡Calieeeet ..! los invitaban a preguntarle en forma picarona. ¿Como esta tu.......? pregunta que como ya pueden ustedes imaginar, tenia la respuesta contundente por parte del pobre vendedor burlado.

Al parecer el origen de este tipo de torta llamada «calentitas», que en nuestro diccionario significa, al menos la palabra calentito, que quiere decir acabado de hacer, vino a La Linea procedente de Gíbraltar, donde a su vez la llevaron los malteses, que desde muy antiguo habitaban en dicha ciudad.

Y así queridos Jóvenes paisanos, era de peculiar y cosmopolita nuestra ciudad de La Linea, en épocas pasadas, que por ser formada por una población de aluvión o de transito, debido a la vecindad del Puerto de Gibraltar, siempre se diferenció de otras poblaciones españolas por sus singulares y típicas costumbres. Por eso era La Linea como una especie de crisol donde se habían fundido todos los regionalismos de España. y de otras razas y costumbres del mundo.




Francisco Tomay de Cózar













Luis  Javier Traverso






Publicado en el periódico AREA en el extra de Navidad del 21 de Diciembre de 1979.
Fotografías de La Línea en Blanco y Negro

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